14.1.08

Leonor Watling: "Me podía haber evitado alguna película, como 'Tirant lo Blanc'"

A continuación la entrevista que le realizó Jordi Costa a Leonor Watling para el número de enero de la revista Fotogramas.

Erotismo inteligente

Sus ojeras dibujan el misterio de una mirada mapache y parecen hablar de mañanas eléctricas tras noches en blanco. Leonor Watling, el mito erótico inteligente del cine español, aborda en "Los Crímenes de Oxford" su papel más carnal: Lorna, sirena con pasado, seducida por el erótico fulgor de algunos cráneos privilegiados de la elite académica, suma a la última película de Álex de la Iglesia pasión, misterio y escenas cargadas de verdad... y espaguetis.

Leonor Watling espera a FOTOGRAMAS en una suite del Hotel Orfila, en Madrid, en cuyo techo aún parecen bailar las volutas del humo que dejó a su paso Viggo Mortensen, cuando estuvo ahí para promocionar Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006). Llega John Hurt y empieza a revolver el bolso de la actriz: ella se acerca, saca su paquete de cigarrillos y le ofrece uno. El star system global sigue ahumando las paredes del lugar a través de sus modestas contribuciones. Leonor se sienta, se relaja y se coloca frente a la grabadora como una ecuación que nunca será del todo resuelta.

Los Crímenes de Oxford propone una intriga cerebral y plantea a sus protagonistas un dilema vital entre la reflexión y la vida. Su personaje, Lorna, encarna precisamente la vida.
Es la carne de la película. No había leído la novela, pero Álex (de la Iglesia) me envió el guión y me dijo que había una escena en la que me iban a tirar espaguetis por encima y quería que la hiciera yo. Cuando me comunicó que iban a estar Elijah Wood y John Hurt, le dije que con lo de los espaguetis ya la había dado el sí, pero que con estos nuevos datos ya no me cabía ninguna duda.

Lorna es un personaje cargado de misterio. ¿Sabe de ella mucho más de lo que sabemos nosotros?
Charlamos bastante sobre Lorna antes de rodar, pero en la película no se habla mucho de ella. Construimos todo su pasado, aunque eso no se ve luego. A ella, lo que no le hace bien, lo aparta de su vida. Le atrae el tipo de hombre intelectual, pero para bajarlo de su pedestal y ponerlo a su nivel. Pensamos ponerle unas cicatrices en el brazo, indicando que había intentado cortarse las venas. También nos planteamos teñirle el pelo de rojo, como si hubiese sido la más moderna de los años 80 y hubiese decidido quedarse un poco allí. Me quedé con ese poso del personaje: es alguien que se lo ha metido todo, que se ha hecho todo el daño que se podía hacer y se ha curado. Está en ese punto que tiene la gente que ha tocado fondo, que ha pasado por el dolor: huye de lo que le hace daño.

Sexo... sin morbo

Sus escenas eróticas con Elijah Wood serán muy comentadas...
Para Álex era muy importante que los momentos de sexo fueran de buen rollo. Era necesario que te imaginaras a los dos personajes tomando un zumo de naranja por la mañana.

¿Ha sido la película con mayor carga erótica de su carrera?
He hecho bastantes películas con alta carga erótica. Entre ellas, Son de mar (Bigas Luna, 2001) y Malas temporadas (Manuel Martín Cuenca, 2005), que tenían secuencias mucho más fuertes. Pero las de Los Crímenes de Oxford son las primeras que he hecho de sexo normal: son bonitas, cotidianas, de verdad. Elijah y yo hicimos lo que nos pedía Álex.

¿Y cómo ha llevado el trabajo con Elijah Wood y John Hurt?
No conozco a nadie normal, pero, aun así, puedo decir que tanto John Hurt como Elijah Wood son muy normales: muy actores, muy currantes... Antes de conocerlos, uno tiene una fantasía de cómo van a ser y, normalmente, proyecta lo peor de sí mismo sobre esa imagen. Pensaba que probablemente Elijah, una megaestrella tan joven, sería un hijo de puta. Pero no fue así: es un actor muy europeo y tiene muy bien colocado el ego. Cuando nos conocimos y nos dimos la mano, nos convertimos directamente en compañeros. Me impresionaba más la perspectiva de tener que trabajar con John Hurt: estaba preocupada en tener un especial cuidado con mi acento, etcétera... Pero también fue maravilloso. Hurt hace de profesor y yo de alumna: nuestros personajes introducen el tema de la película. En Los Crímenes de Oxford solo tengo una escena con él y sentía bastante presión antes de rodarla, pero fue muy bien. Además, sabíamos que nos íbamos a ver en un mes en otro proyecto: después de este film rodamos Lezione 21, de Alessandro Baricco.

¿Por qué le preocupaba tanto el acento, si el inglés es su lengua materna y su principal herramienta como cantante de Marlango?
En la música el acento no importa, pero en el cine sí, mucho, y más a los ingleses. Los currículums de los actores ingleses tienen un apartado exclusivo de acentos, donde se consignan las variantes que son capaces de reproducir: norte de Londres, sur de Londres, Manchester, Edimburgo, clase alta, clase media, clase baja, clase baja que estudia en colegio bueno, etcétera... En cuanto abres la boca, saben dónde has estudiado, dónde has nacido... Yo tengo un acento hiperindeterminado, estoy en medio del Atlántico: a los norteamericanos les sueno inglesa, y a los ingleses les sueno norteamericana. A los norteamericanos no les importa que suene inglesa, pero a los ingleses les disgusta muchísimo cualquier cosa que no sea británica.

Estrella del micro

¿Ha sido difícil conciliar la carrera de cantante y la de actriz?
He conseguido equilibrarlas con mucho esfuerzo y paciencia. Sabía que en el mundo de la música habría suspicacias. También intuía que en el mundo del cine, muchos iban a pensar que había dejado de ser actriz. Por suerte, todo se coloca solo. Necesito hacer mi trabajo con Marlango, porque es como una terapia. Además, creo que le ha venido bien a mi carrera de actriz, porque te coloca mucho el ego.

¿Acaso el ego ha sido un problema en algún momento de su carrera?
Una película es del director y que en la discusión entre él y yo gana el director. Se trata de un problema de ego creativo, no de ego personal. Para salir guapa ya están las estrellas. Pero creativamente te resientes: eres el juguete de otro. Con Marlango mi ego está muy tranquilo: tengo mi juguete, escribo mis letras, ya está...

¿Se arrepiente de algo en su carrera como actriz?
No me arrepiento de ninguna película. Entre trabajar y no trabajar, prefiero lo primero. Como actriz aprendes en todos los proyectos, aunque me podía haber evitado alguna película, como Tirant lo Blanc (Vicente Aranda, 2006). Ahí aprendí a tomármelo como un trabajo al que iba por la mañana, hacía lo que tenía que hacer e intentaba no desesperarme por las noches. Y eso que me llevo bien con Vicente Aranda: es una persona maravillosa para ir a cenar, pero no para irme a rodar.

¿Eso le ha permitido formarse una idea de los proyectos a evitar?
Esto es como el amor: cuando te enamoras, te enamoras. Nunca sabes si va a salir bien. Con las películas ocurre lo mismo, es parte de la gracia. Que sea buena o mala es algo que no sabe ni Dios. Una vez te enamoras de un proyecto, tu razonamiento construye un andamio que aguanta con todo, incluso con que venga tu representante y te diga que has hecho una muy mala elección.

¿Está cómoda con su aureola de sex symbol inteligente?
Esa es una de las cosas que tengo apuntadas en mi cuaderno: hacer personajes que no parezca que han leído. Cuando alguien piensa en un personaje que quede bien si lo pones al lado de una biblioteca, y que parezca que ha leído por lo menos la mitad de los volúmenes que hay ahí, acaba pensando en mí. Pero he tenido mucha suerte con la gente que me ha llamado: un actor no elige lo que hace, sino lo que no hace. Yo no elijo que me llame Pedro Almodóvar: tengo la suerte de que me llame. Creo que un actor es tan bueno o tan malo como un director crea que es. Y un director es tan malo como el peor actor que esté en su película, y tan bueno como el mejor de su reparto. Pero es verdad que me interesan cosas raras, papeles pequeños, films arriesgados. Quiero ir cambiando: si hago Son de mar, intento que mi siguiente trabajo no tenga nada que ver con la idea del sex symbol. Lo importante de ser actor es no ser nada en concreto. Me gustaría interpretar un personaje que no supiera hacer ni la pe con la a, pero eso no es un personaje, es solo un rasgo.

Mi vida privada... es mi vida privada


¿Le ha resultado complicado preservar su vida privada?
Mi vida es bastante aburrida, porque no paro de currar. Si la prensa la ha respetado creo que ha sido también por cuestión de suerte y de tener paciencia por mi parte. Tampoco soy partidaria de aislarme de todo, porque para ser actor tienes que estar con todos los poros abiertos.

¿Dónde está su arma secreta de seducción? ¿En sus ojeras?
La idea de que soy intelectual creo que viene por lo de las ojeras. Es como llevar gafas: la gente cree que lees porque llevas gafas, y a lo mejor las llevas por jugar a la PlayStation.

¿Son esas ojeras el eco de esas mañanas eléctricas de las que habla el último disco de Marlango?
Mis electrical mornings son más de rodaje. El mundo de la música es menos disciplinado, y en él abundan los egos descomunales. Los actores somos muy disciplinados: te llaman a las cuatro de la mañana y ahí estás, como un perejil, esperando el coche que te va a buscar no porque seas guay, sino porque no se fían de que llegues al rodaje. Esto te coloca en tu lugar. Pero, en cambio, si te crees que te van a buscar en coche porque te lo mereces, te vuelves tonto. En un rodaje no hay nada de glamour: meas en un descampado y estás 28 horas rodando. Te vuelves muy buen soldado. El tour manager de Marlango estaba acojonado al principio, porque su idea de los actores estaba completamente distorsionada: se disculpaban si me hacían esperar una hora, pero yo estoy acostumbrada a esperar siete horas en un rodaje, y no me pasa nada. El trabajo de actor es bastante de mina, y el ego lo tiene el director: es su territorio. Si te pones malo, te inyectan lo que haga falta para que sigas currando. En ese sentido, creo que ser actor te hace ser muy buena persona. Los actores que conozco son muy buena gente.


Extras: Anterior entrevista a Leonor en Fotogramas