5.1.08

Musa invernal

El pasado sábado Leonor Watling era portada del semanario de tendencias Yo Dona. Ésta es la entrevista, por Eduardo Mendicutti, y las fotos, por Jerónimo Álvarez:

Hay algo silencioso en Leonor Watling. No es fácil explicarlo, porque esa cualidad silenciosa no tiene nada que ver con un posible carácter reservado ni, muchísimo menos, con falta de expresividad. Todo el mundo sabe que Leonor Watling es una actriz magnífica y una cantante de un virtuosismo técnico y personalísima capacidad de seducción, pero hay algo en ella que parece callado, o quizá susurrante, amortiguado. Leonor Watling habla mucho y habla bien, y tiene un lenguaje corporal claro y expresivo, así que uno cree que esa veta silenciosa es, por contradictorio que suene, un misterioso ingrediente de su manera de mostrarse tal como es. “Debe de ser mi lado británico, una cuestión de código de comportamiento. Claro, que a los ingleses les resulto muy española, con ese carácter extrovertido que se nos supone. También habrá influido el ser la menor de cuatro hermanos, con mucha diferencia de edad, sobre todo, con mis dos hermanos mayores: eso me llevó a mirar el mundo desde una especie de lejanía, y algo me habrá quedado. Y algo de aquella pregunta que yo me hacía: ¿por qué me llamo Leonor? Una forma de preguntarse, una niña, ¿Por qué yo soy yo y no soy tú?, como el personaje de El cielo sobre Berlín, de Peter Handke.” Sus padres –él segoviano de libro, aunque nacido por alguna razón pasajera en Cádiz; ella, inglesa- quisieron llamarla Eleonora, pero no pudo ser, en España aún no estaba permitido ponerle a una niña un nombre tan exótico y nada cristiano. Así que se llama Leonor, pero Leonor Elizabeth, y tampoco es que lo de Elizabeth sea muy español y muy cristiano. Se llama así por Leonor de Aquitania, tan pionera del feminismo ella, pero también –dice Leonor, divertida- “como homenaje de mi madre a la corona británica”.

Tiene, como se puede ver, explicaciones razonables para ese lado silente que yo le veo, esa extraordinaria y fecunda rareza de saber conservar y enseñar un lugar silencioso y tranquilo de sí misma mientras habla, ríe, abre mucho sus enormes “ojos gatunos” –Pedro Almodóvar dixit- y parece abrazarse cuando alguna pregunta o algún comentario le turba. Si Leonor Watling fuera Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany’s cantando Moon River mientras acaricia el gato, Leonor Watling también sería el gato. No sé si me explico.

De todos modos, no es extraño que esa insólita combinación de contrarios pueda llevar a algunos a tener una impresión equivocada de la Watling. Yo mismo estaba de lo más desnortado al imaginar sus orígenes familiares. Su porte nada racial, su preferencia por cantar en inglés, su currículum salteado de clases de ballet, de música –jazz, soul, gospel- y de películas con reparto internacional, que parecen indicar no sólo el dominio de idiomas sino cierta soltura cosmopolita desde la infancia, me hicieron pensar en eso que se llama una familia bien. Se ríe. “Mi familia no estaba en absoluto sobrada de medios económicos. Pagarme las clases de danza suponía para mis padres un sacrificio. Pero tuve una infancia privilegiada. Mi padre siempre nos dijo que no heredaríamos dinero, sino el gusto por la cultura. También fue un privilegio el poder ir un poco a mi aire, aprovechar bien esa actitud permisiva con la pequeña de la casa de ‘mira, haz lo que quieras’. Y tuve la suerte de empezar a ganar dinero muy pronto, y con una película muy especial, Jardines colgantes, de Pablo Llorca. Y enseguida empecé a trabajar en series de televisión. Con 16 años ya podía yo pagarme las clases de interpretación y de música.”

Lo que dejó enseguida fue el ballet. De hecho, nunca fue bailarina, nunca llegó a formar parte de una compañía de danza, aunque se haya dicho lo contrario. “Con 13 ó 14 años ya me di cuenta que aquello no era lo mío.” Sus padres, después del sacrificio que hicieron para pagarle las clases fueron comprensivos, supongo.

Se reconoce tímida, pero le digo que eso no me parece a mí un rasgo distintivo de los de su gremio: no hay actriz o actor que no haga confesión de timidez. Se ríe y se abraza cariñosamente a sí misa como muestra de apoyo frente a mi tímida y risueña objeción. Está visto que aquí tímidos somos todos. “Tiendo a ser obsesiva por miedo, por inseguridad. Y nunca me encuentro más incómoda que cuando creo que estoy fuera de lugar. Siempre procuro entender al otro, pero con quienes me siento realmente bien es con los cinco amigos que tengo desde hace 10 años.” Afirma ser reservada. “Desde muy pequeña tuve la sensación de que nadie sabía muy bien qué estaba haciendo. Y tengo muchos compartimentos. Como actriz, eso es un regalo, me permite encarnar personajes que parecen muy alejados de mí, en los que nadie me reconoce, pero que tienen cosas que yo reconozco que tengo.”

Ha elegido muy bien sus películas, y con ellas ha ganado montones de premios. En enero estrenará Los crímenes de Oxford, de Álex de la Iglesia, compartiendo cabecera de cartel con Elijah Wood y John Hurt, y poco después, La lección 21, primera película del escritor italiano Alessandro Barico. “Yo soy muy buen soldado. Soy una actriz obediente al director, pero también pienso que, si me confían un papel, esperan que yo aporte algo al personaje y que haga sugerencias, y discuto mucho. Eso sí, cuando el director decide cómo debe ser mi interpretación, yo lo acepto. Y en el trabajo no me obsesiono con ser perfecta. La perfección me paraliza.” (...)

“Cuando canto me expreso con más libertad que cuando interpreto un papel: soy más yo. Soy letrista, pero las letras son complemento de las canciones, y para mí no son un ejercicio literario. La vinculación de nuestra música con Tom Waits es más ética que estética, nos influyen más su integridad como artista y su riqueza de registros que sus canciones. Alejandro y yo somos muy de la canción francesa. Y reconozco que hemos tenido suerte: los medios nos han hecho mucho caso. Además, creo que ya hemos superado las reticencias que levanta la figura de conocida actriz que, de pronto, graba discos. (...)

Entre tanto ajetreo profesional, encuentra tiempo para cuidar su vida afectiva –su pareja es el cantante Jorge Drexler- y para meterse en proyectos desinteresados, sin cobrar un euro –“procuro que el dinero no controle mi carrera”-, como el reportaje fotográfico que acompaña esta charla, un proyecto del fotógrafo Jerónimo Álvarez sobre las cuatro estaciones. “Estas fotos corresponden al invierno, y también hemos hecho el otoño y el verano, sólo queda pendiente la primavera. Es como rodar una película.”

En algún momento me ha dicho: “Cada vez aprecio más el silencio”. Tal vez se refería a ese lado silencioso que yo noto en ella. Eso significa que cada vez se aprecia más, saludablemente, a sí misma. Tiene motivos.